Desde que he salido, creo que no he desayunado ni una sola vez en el albergue. Siempre suelo llevar algo de comida en la mochila, por si acaso, pero no llevo nunca nada para prepararme el desayuno en la cocina del albergue.
El cielo está despejado en este amanecer en el páramo leonés. El frío es intenso. Bien abrigado, arranco a caminar mientras el sol se va asomando a mis espaldas.
Lo mejor para salir de una ciudad, haciendo el Camino, es que te coincida en domingo. Tanto en Burgos como aquí, en León, me ha pasado esto. Hay muy poca gente por la calle y no hay coches.
Ayer cené solo. Después de llegar al albergue municipal de Mansilla, recomendable por sí mismo y por sus hospitaleros, me fui a dar una vuelta a este pueblo leonés que me pareció muy atractivo.
La cena acabó tarde. Teníamos que acabar con el vino y el orujo que compramos, para no añadir peso a la mochila, claro.
El cielo está despejado, pero aún no ha salido el sol cuando arranco de Terradillos de los Templarios. Después de tantos días de lluvia, el sólo hecho de que te acompañe el sol en tu caminar ya te alegra el día.
En el albergue del Espíritu Santo no hay literas. Duermes en camas. Muchas en una habitación grande, pero camas.
Llueve ligeramente en la oscuridad. No sé porqué hoy me preocupa especialmente el tiempo. No es que tenga resaca y me pudiera desagradar especialmente la lluvia, pero podía ser.